lunes, 27 de mayo de 2013

Testimonio desde La Plata



Queridos Amigos y Hermanos Maristas:                                     
           
            El día 2 de abril,  sin ninguna alerta meteorológica, ya que sólo se veía en el horizonte una simple tormenta, se recordaba el Día del Veterano y de los Caídos en La Guerra de Malvinas. Se veían niños jugando en las plazas, las familias en sus hogares y otras que volvían de pasar unos días de descanso.
            Más tarde la fuerza de la lluvia no dejaba distinguir nada hacia afuera, tapando los colores de la naturaleza. Miré hacia la
galería que da al patio y se estaba cubriendo de agua, lo mismo pasaba en la calle y temimos que ingresara en la casa, tratando de pararla con distintos elementos, sin lograrlo.
            Después de unas cuantas horas comenzó a sonar el teléfono y el celular en  mi casa, avisándome que el barrio, donde se encuentra el Centro Educativo, estaba inundado y que las familias habían ingresado en él a refugiarse. Les contesté que en un rato iría a ayudarlos. Pero no pude.
            Al salir a la calle me di cuenta de que la situación era más terrible de lo que parecía en un principio. Intenté llegar al Centro pero era imposible, los alrededores de mi casa también estaban anegados. Vi gente que se protegía dentro de sus autos en las partes altas de las avenidas, mientras el agua seguía subiendo.
Por otro lado, en esos mismos momentos, se desataba un incendio en la destilería de YPF, la cual sumaba miedos y desconcierto a la situación de la tormenta.
            Hacia las 21.00 horas  la ciudad quedó a oscuras e incomunicada. Los barrios quedaron sumidos en  medio de la incertidumbre y de las voces de los vecinos que pedían ayuda. Fue imposible conciliar el sueño esa noche,  oyendo a lo lejos el ulular de las sirenas de las ambulancias y con la impotencia de no poder ayudar a toda la gente desprotegida del barrio.
            Al día siguiente el panorama era desolador, la gente caminaba en silencio, los autos ubicados de maneras extrañas unos sobre otros en las calles. Todos contaban lo que les había sucedido ante el agua que subía rápidamente, dónde los encontró, tratando de salvar sus vidas y sus pertenencias. La fuerza del agua en la calle era semejante a la correntada de un río, tal es así que se cobró varias vidas. Algunos pasaron la noche en el techo de sus hogares y otros en la casa de algún vecino, los cuales, por cierto demostraron una solidaridad inusitada.
            Yo sabía que debía llegar al Centro Hermano Isla, donde habría muchas familias con niños necesitados de ayuda. Al llegar vi mucha tristeza en rostros desconocidos, todos ellos mojados, descalzos, con frío y sin haber podido dormir. Los vecinos seguían ayudando a las familias a salvar algo de sus casas, electrodomésticos, muebles, etc. La hermosa plaza que construimos hace un par de meses desapareció bajo el agua. Ese día iniciaríamos el apoyo escolar en el Centro pero debimos apoyarlos de otra manera, con el corazón y nuestro esfuerzo, siguiendo las enseñanzas de  San Marcelino y encomendándonos a nuestra Buena Madre.
            Compartimos los alimentos que teníamos con todas las personas damnificadas del Centro y  con los  del club del barrio. Gente de diferentes partidos políticos ordenaban y mandaban a todos, agregando confusión a la ya complicada realidad.            Con el paso de las horas, se podía ver en rostros adultos algunas lágrimas… No había apetito, había silencio y mucho dolor.
            De a poco fueron llegando las Maestras y voluntarios del Centro, algunas con juegos para entretener a los niños y otras coordinando las primeras donaciones. También nos visitaron políticos preguntando necesidades y prometiendo resoluciones a la brevedad. Por la tarde se fue retirando de a poco el agua de las casas y las familias volvieron a ellas temiendo robos, aunque no tenían todavía electricidad ni agua potable. Continuaba, además,  el problema de la incomunicación telefónica, que acrecentaba el temor al no saber nada de sus seres queridos.

Los punteros políticos del barrio también volvieron a sus hogares y continuaron dando las donaciones a su gente y  a su manera.
            Los negocios estaban cerrados casi en su totalidad, ya que muchos habían sido saqueados por esas horas, otros continuaban inundados.
            Las veredas de una ciudad que fue hermosa, estaban colmadas de las pertenencias mojadas e inservibles que la gente tuvo que desechar y también de autos encimados y chocados. De un silencio espeso  y sobrecogedor. Todo cubierto por una capa de lodo y combustible, que a la vez hacía imposible respirar.
            Los rostros de la gente revelaban la tristeza por la pérdida de algún ser querido, de alguna mascota o la preocupación por la desaparición de algún familiar o amigo. Esa noche fue imposible descansar ante tal catástrofe vivida.
            Al día siguiente, las familias fueron a desayunar al Centro,  nadie estaba en condiciones de volver  a su rutina, ni los niños a la escuela, ni los adultos a su trabajo. Por esas horas empezaron a llegar autos y camionetas con muchísimas donaciones, gente voluntaria del gran Bs. As. El país entero se estaba solidarizando. Todos  donábamos algo, ya fuera algo material o nuestro esfuerzo por los demás. Ver tanta solidaridad nos llenaba de fuerzas y no nos dejaba sentir el cansancio de los días que habíamos pasado. “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga” (Homero).
            La primera noche un centenar de personas durmió en el Centro, teniendo la alegría, de recibir los primeros colchones, al cuarto día aunque eran muy pocos para tantas familias. También llegaron médicos, para revisar a la gente y aplicar vacunas a niños y adultos, muchos de ellos ya con cuadros gripales.
            Mientras dábamos las donaciones, un grupo de gente de un partido político que había pasado la noche en el Centro, se acercó a amenazarnos. Nos reclamaban los colchones que se habían donado esa mañana. Los médicos ante la agresividad de ese grupo político llamaron a la policía que se presentó rápidamente. Lamentablemente el comisario no nos pudo brindar ningún tipo de seguridad, ya que mencionó que este tipo de escenario se estaba repitiendo en varios lugares donde se recibían donaciones. Al no tener seguridad para continuar con nuestras acciones decidimos entregar todas las donaciones que teníamos  en ese momento y  a partir de ahí se comenzó a recibir las donaciones que llegaron A NUESTRO colegio San Luís y  AL CLUB SAN LUIS. Cuando pudimos retomar el apoyo escolar en ambos turnos bridamos también contención a las familias. Las donaciones llegadas de las Escuelas Maristas se fueron entregando en el Centro para las personas del barrio.
                                               También en el colegio se entregaron víveres y ropa a organizaciones y particulares: Colegio San Cayetano, Colegio Inmaculada, Club Los Tilos, Casa del Niño de Ana Mon, Hospital de Niños, Organizaciones Barriales , personas de distintos barrios inundados, familias y personal del colegio.

            Fue hermoso experimentar la solidaridad de todos, ponerse en el lugar del otro, sufrir con ellos. Dar todo sin pedir nada a cambio.
            Como dice Gioconda Belli “La solidaridad es la ternura de los pueblos”.
Hoy, puedo relatar lo sucedido y decir simplemente GRACIAS, gracias a Dios y a todos los que colaboraron con las familias del barrio, por tanta solidaridad, fraternidad, unión y tanto amor a la vida.  
                                                                         

Verónica Alvarracin
Centro Educativo Marista Hno. M. A. Isla
Colegio San Luís
La Plata 13 de mayo 2013


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